1/07/2011

El viaje

Hace cuatro años que vengo hinchando las pelotas con el viaje... ¡Cuatro años! Imaginen lo que es tener a alguien que durante cuatro años tira comentarios siempre antecedidos por la frase "Cuando yo me vaya a Europa", "Cuando yo haga mi viaje" o "Eso lo quiero ver cuando vaya allá". Un bodrio total, ¿sabés qué pibe? Andate a Europa de una vez si tantas ganas tenés. Y lo hice. Hicieron falta un par de años de trabajo, ayuda de los padres y el empujón de los amigos que se sumaron a la travesía, pero acá estoy, escribiendo desde un hostel en Barcelona, agradeciendo que me cierren la ventana porque hace un frío de cagarse en pleno enero. ¡Frío en enero! Ahora casi que lo disfruto, como un recordatorio de que estoy acá, de que me animé a ponerme la mochila al hombro, sacar un pasaje y venirme a pasear un rato.

Y sí, hay que viajar en mochila, hay que dormir en donde se pague menos (hay que agregar: donde haya calefacción) y hay que recurrir a los conocidos que se instalaron a vivir acá para que le den una mano. Europa es caro, carísimo, si ante cada gasto uno se pone a hacer el cambio a la moneda propia termina llorando y jurando hacer ayuno. Pero es inevitable, lo bueno cuesta caro y el viejo continente está muy bueno. El primer rebusque es venir en invierno, la temporada baja, donde los precios no son tan asesinos, solo te pegan un poco y te dejan en la puerta del hospital. Eso tiene la contra de que te obliga a dormir en lugares cálidos, en vez de la vieja y querida estación de servicio o en el banco de una plaza ja. Lo segundo es olvidarse de las comidas exóticas y comer donde sea barato, quedarse en lugares que incluyan desayuno para saciarse a la mañana, caminar cuando es posible y pagar solo lo que se considera necesario (no necesitás ese tercer collar de perlas para tu suegra, con tu mujer y tu vieja ya cubriste lo básico), todas esas cosas que ayudan a estirar un presupuesto. Lo tercero es moverse solo, sin agencias ni planes turísticos, una mochila y un mapa son más que efectivos si uno sabe qué quiere visitar y cómo. Para esto último las guías de mochileros e Internet son más que suficientes como recursos.

Desde ya reconozco que en esta primera semana he hecho trampa en esto que digo. Tanto en Madrid (primer destino del viaje) como en París (sí, ahora les escribo desde París, antes de terminar este post quise empezar a escribir el de España pero hice cualquiera, así que hoy volvemos al inicio) me sumé a uno de los tours gratuitos que se promocionan en los Hostels. Voy a poner como regla de este blog no mencionar a empresas (que no paguen lo que corresponda a este genio financiero muajajaja), pero se promocionan en los hostels de las principales ciudades y buscar en “inserte aquí su buscador de preferencia cuyo nombre empiece con G” no les cuesta nada. Los guías son jóvenes y cancheros, y solo piden  una donación a voluntad a cambio de una guía sobre los puntos más importantes de la Ciudad. Si se quedan varios días en una ciudad sirven perfecto como introducción, así después pueden fingir que saben qué es lo que están admirando… que no les pase como a mi que siempre le doy el título de Catedral a la iglesia equivocada.

En Madrid todo está cerca, o por lo menos todo lo que se llega a ver en el día y medio que estuve ahí, y a la vez todo muy lejos. La capital es enorme, vista desde el cielo es una cosa alucinante, pero al mismo tiempo tiene un casco histórico fácil de recorrer en poco tiempo, por lo que yo me abstuve de aventurarme a las zonas lejanas. Un día para pasear por la Plaza Mayor y el Palacio Real, y otro para visitar el Museo del Prado (uno de los tres grandes museos de la ciudad, junto con el Thyssen-Bornemisza y el Reina Sofía). No vale la pena recomendar o dejar de recomendar un museo… a mí me gustó, pero sé que hay gente con opiniones muy valederas que se dormiría al ver el tercer cuadro de Goya (y hay muchos cuadros de Goya, créanme, muchos cuadros…). En Madrid tienen variedad cultural suficiente como para abarcar todos los gustos, y si los gustos están lejos de la cultura también hay de eso. Yo pasé por ahí dos días antes de año nuevo y ya iban todos borrachos por la calle apenas oscurecía, ni me imagino lo que habrá sido el 31.

Hablando de año nuevo, yo lo pasé muy tranquilo en casa de familia (ajena). Fui gentilmente invitado por los tíos de uno de mis compañeros que residen en la localidad de Vilanova, a pocos kilómetros de Barcelona. Afortunadamente pude pagar el gesto proporcionando el entretenimiento de la noche. Resulta que en España (y en Cataluña, no sea que un barcelonés lea esto y se enoje) es costumbre comer una uva por cada campanada que marca la llegada de la medianoche mientras se mantiene el pie derecho en equilibrio. La idea es que terminadas las uvas se da un paso para comenzar el nuevo año. Yo me había propuesto atraer un buen karma deglutiendo las doce uvas, aunque se trataba de una variedad que tenía el tamaño de una sandía. Por la número cuatro ya no podía tragar, así que empecé a apilarlas en mi boca a una por campanada. Llegadas las doce mi boca era una boutique en épocas de descuento y mi cara se había puesto de un peligroso color bordeaux (como le decimos en París, vio…). Ahora, yo no quiero decir nada en contra de esa familia… pero las carcajadas estallaron sin ningún asomo de precaución por mi salud, que solo se recompuso media hora después cuando la mitad de las uvas ya había terminado en el tacho de la basura.

Ya volveré a escribir sobre España, aunque para parecer un tipo que piensa además de contar anécdotas contra sí mismo les dejo un par de reflexiones que me quedaron dando vueltas en la cabeza. De los madrileños me impresionaron mucho las largas filas previas al año nuevo en los locales de lotería, lo que es siempre un reflejo de la crisis económica. Madrid es una metrópoli impresionante y con ganas de demostrarlo, por todos lados hay carteles que invitan a parecerse a Nueva York, con un Times Square incluido. Me pareció un contraste interesante. De Barcelona me quedé con la obra arquitectónica de Gaudí, del cual sabía poco y nada, y con los grandes paseos que se pueden hacer a pie por el barrio gótico de noche y sentirse solo aunque sea un instante en ese infierno de turistas.

Perdonen por lo inconexo y simplón, es el primero y lo hice a la fuerza. Confío en ir encontrando mi inspiración a medida que vaya agarrando la práctica. La presencia o ausencia de fotos y videos dependerá de qué tan buena sea la conexión del lugar donde esté.